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En la infancia todo sucede y se descubre por primera vez. Por eso cada experiencia, cada olor, cada sabor, se revisten de un aura de prodigio. Recrearlo es, como dice Artaud, el rol de la poesía. Ana Pomar parece celebrar esta verdad en cada uno de sus libros, desde “Sabores de la memoria”, el primero, hasta este nuevo volumen “El ingrediente secreto”. Porque estas páginas, donde desfilan recuerdos y recetas, están teñidas de poesía por la gracia de su palabra. Por su encantamiento revivimos el mundo candoroso de los 50, con los juegos y los vecinos pintorescos de Hurlingham, con el sabor de su chipá y su cuajada, en los barquinazos rudos de nuestra Estanciera… Y después de romper el cascarón de la infancia, nos sumergimos en el caribe venezolano, con sus sabores de nombres musicales como el Chimbombo. O de peligros desconocidos como el guaritote. Ana Pomar nos seguirá llevando por otros países y otros sabores. Con el regocijo siempre vivo de su paraíso de infancia. Allí donde reinaba una madre y su cocina. Una madre bella y amorosa que creó para sus hijos un mundo regocijante de sabores y aventuras cotidianas. Aunque hablemos del tarkarí trinitario de pollo o del pionono de Santa Fe o de los simples cuadrados de manzana, por lejos que estén del Hurlingham de la infancia todas estas recetas crecen y se hacen sabrosas a su sombra. Lo que Triana perpetuó en su hija Ana y ella a su vez a en sus hijas y sus nietas es la parte más festiva de la vida. El trébol de la buena suerte que recogió Ana Pomar, aunque tuviera solo tres hojas. El ingrediente secreto que hace que ninguna de estas recetas falle.

El ingrediente secreto

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En la infancia todo sucede y se descubre por primera vez. Por eso cada experiencia, cada olor, cada sabor, se revisten de un aura de prodigio. Recrearlo es, como dice Artaud, el rol de la poesía. Ana Pomar parece celebrar esta verdad en cada uno de sus libros, desde “Sabores de la memoria”, el primero, hasta este nuevo volumen “El ingrediente secreto”. Porque estas páginas, donde desfilan recuerdos y recetas, están teñidas de poesía por la gracia de su palabra. Por su encantamiento revivimos el mundo candoroso de los 50, con los juegos y los vecinos pintorescos de Hurlingham, con el sabor de su chipá y su cuajada, en los barquinazos rudos de nuestra Estanciera… Y después de romper el cascarón de la infancia, nos sumergimos en el caribe venezolano, con sus sabores de nombres musicales como el Chimbombo. O de peligros desconocidos como el guaritote. Ana Pomar nos seguirá llevando por otros países y otros sabores. Con el regocijo siempre vivo de su paraíso de infancia. Allí donde reinaba una madre y su cocina. Una madre bella y amorosa que creó para sus hijos un mundo regocijante de sabores y aventuras cotidianas. Aunque hablemos del tarkarí trinitario de pollo o del pionono de Santa Fe o de los simples cuadrados de manzana, por lejos que estén del Hurlingham de la infancia todas estas recetas crecen y se hacen sabrosas a su sombra. Lo que Triana perpetuó en su hija Ana y ella a su vez a en sus hijas y sus nietas es la parte más festiva de la vida. El trébol de la buena suerte que recogió Ana Pomar, aunque tuviera solo tres hojas. El ingrediente secreto que hace que ninguna de estas recetas falle.